martes, 1 de junio de 2010

Palabra de Vida Junio 2010

Gracias al Movimiento de los Focolares por la Palabra de Vida de este mes. Como siempre refrescante para los tiempos que vivimos.

Palabra de Vida - Junio 2010




«El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que, por causa mía, la pierda, ése la salvará» (Mt 10, 39)1.

Al leer esta Palabra de Jesús se ponen de relieve dos tipos de vida: la vida terrenal, que se forja en este mundo, y la vida sobrenatural, que Dios nos da por medio de Jesús, una vida que no acaba con la muerte y que nadie puede quitarnos.

Así pues, podemos tener dos actitudes ante la existencia: apegarnos a la vida terrenal y considerarla como el único bien –y esto nos llevará a pensar en nosotros mismos, en nuestras cosas, en las criaturas; nos encerraremos en nuestro caparazón, afirmaremos sólo nuestro yo y, al final, inevitablemente, nos encontraremos sólo con la muerte como conclusión– o bien, por el contrario, creyendo que hemos recibido de Dios una existencia mucho más profunda y auténtica, tendremos el valor de vivir de manera que merezcamos ese don, sabiendo incluso sacrificar nuestra vida terrenal por la otra.

«El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que, por causa mía, la pierda, ése la salvará».

Cuando Jesús dijo estas palabras, pensaba en el martirio. Nosotros, como todo cristiano, para seguir al Maestro y permanecer fieles al Evangelio tenemos que estar dispuestos a perder la vida e incluso a morir de muerte violenta si fuera necesario. Y, con la gracia de Dios, así se nos concederá la vida verdadera. Jesús fue el primero que «perdió su vida» y la recobró glorificada. Él nos advirtió que no temiéramos «a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma»2.

Hoy nos dice:

«El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que, por causa mía, la pierda, ése la salvará».

Si lees atentamente el Evangelio, verás que Jesús repite esta idea al menos seis veces, lo cual demuestra la importancia que tiene y lo mucho que la valora Jesús.

Pero, para Él, la exhortación a perder la vida no es sólo una invitación a sufrir incluso el martirio. Es una ley fundamental de la vida cristiana.

Tenemos que estar dispuestos a no hacer de nosotros mismos el ideal de nuestras vidas, a renunciar a nuestra independencia egoísta. Si queremos ser verdaderos cristianos, debemos hacer de Cristo el centro de nuestra existencia. Y ¿qué quiere Cristo de nosotros? Que amemos a los demás. Si hacemos nuestro este programa suyo, sin duda perderemos nuestro yo y encontraremos la vida.

El no vivir para uno mismo no es en absoluto una actitud de renuncia, pasiva, como algunos podrían pensar. El compromiso de los cristianos es muy grande siempre, y su sentido de responsabilidad es total.

«El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que, por causa mía, la pierda, ése la salvará».

Ya en esta tierra podemos experimentar que, si nos donamos, si amamos concretamente, crece en nosotros la vida. Cuando pasemos todo el día sirviendo a los demás, cuando sepamos trasformar el trabajo diario, aunque sea monótono y duro, en un gesto de amor, tendremos la alegría de sentirnos más realizados.

«El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que, por causa mía, la pierda, ése la salvará».

Si cumplimos los mandamientos de Jesús, que están todos basados en el amor, después de esta breve existencia alcanzaremos la vida eterna.

Recordemos cuál será el juicio de Jesús el último día. A los que están a su derecha les dirá: «Venid, benditos, …porque tuve hambre y me disteis de comer...; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis...»3.

Para hacernos partícipes de la existencia que no acaba, mirará únicamente si hemos amado al prójimo y considerará que le hemos hecho a Él lo que le hayamos hecho al prójimo.

Entonces, ¿cómo viviremos esta Palabra? ¿Cómo perderemos desde hoy nuestra vida para encontrarla?

Preparándonos para el gran examen decisivo para el que hemos nacido.

Miremos alrededor y llenemos el día de actos de amor. Cristo se nos presenta en nuestros hijos, en nuestra mujer, en nuestro marido, en los compañeros de trabajo, de partido, de diversión, etc. Hagamos el bien a todos. Y no nos olvidemos de los que conocemos cada día por los periódicos, a través de amigos o por la televisión…

Hagamos algo por todos, según nuestras posibilidades. Y cuando nos parezca que se han agotado, aún podremos rezar por ellos. Es amor que vale.

Chiara Lubich


1) Palabra de vida, junio 1999, publicada en la revista Ciudad Nueva, nº 355, junio 1999.
2) Mt 10, 28.
3) Cf. Mt 25, 34 ss.

No hay comentarios: